Galileo Galilei con la mano y la cara abigarradas, pintarrajeado con formas hexagonales y simétricas; el astrónomo sujeta la torre inclinada de Pisa a modo de telescopio, para asomarse a algún misterio que todavía hoy ignoramos. Edificios cubiertos completamente por figuras abstractas, círculos, planetas, colores pasteles que se disuelven y confunden con el entorno de las calles.
Estos son sólo algunos de los murales que pueden verse en las calles de Pisa, que desde marzo de este año inauguró el museo más grande a cielo abierto dedicado al street art de Italia.
Las pinturas están dispersas por buena parte de la ciudad, sobre la pared del Depósito de la Policía Hidráulica, en los muros de iglesias, fachadas de casas, costados de edificios, tapias divisorias.
Un grupo de quince artistas creó este mundo de veinticinco imágenes. El camino inicia en el mismo centro histórico y a través de un largo espacio de más de cuatro mil metros cuadrados penetra la Darsena pisana y finalmente se sumerge en el barrio de Porta a Mare.
Pisa, la tranquila ciudad de la costa del mar Tirreno, responde al nombre de estos colores y figuras sugestivas: la efigie de Galileo Galilei en sombra —otra vez Galilei, figura fundamental de la historia de la humanidad e hijo pródigo de Pisa—, efigie en donde se puede ver el baile de los planetas que el astrónomo adivinó a principios del siglo XVI.
O una estructura surrealista, dúctil, maleable, blanca y negra, que hace recordar algunos cuadros de Dalí, y por donde asoma un tuareg envuelto en un pañuelo azul oscuro, más abajo una pareja y un perro vestidos de manera contemporánea, pero con un casco medieval en las cabezas. Y, por supuesto, las clásicas letras del street art, inextricables, enmarañadas, que no quieren decir más de lo que dice el diseño de sus colores llamativos, incendiarios, totales.
“El street art posee la característica única de hacer entrar el arte en la vida cotidiana de las personas, no es necesario ingresar en un museo para admirarla, y consigue hacer nuestros barrios más bonitos. Además de la belleza que nos regala nuestra Toscana con los borgos, los centros históricos, nuestros paisajes montañosos y costeros, también está en las paredes de un edificio”, declaró el presidente del Consejo Regional de Toscana, Antonio Mazzeo, según reseñó la agencia de noticias ANSA.
Según el alcalde de Pisa, Michele Conti, la ciudad con este nuevo museo a cielo abierto se adjudicó con absoluta justicia el título de una de las capitales europeas de street art.
“Apoyamos con convicción el proyecto que permitió crear un nuevo itinerario urbano, un camino de arte difundido entre el centro y el barrio de Porta a Mare, gracias a la creatividad de artistas de nueva generación que supieron inspirarse en grandes figuras de la historia y de nuestra identidad ciudadana”, señaló Conti a ANSA.
Tuttomondo, de Keith Haring
Pisa no solamente es conocida por sus importantes monumentos e historia, a lo largo de los años se ha ido identificando de manera decisiva con el mundo underground. Los murales que hoy podemos encontrar por la ciudad no son más que una constatación de esto.
El camino inicia en 1989, en el centro histórico de Pisa, con el celebrado y conocidísimo mural del estadounidense Keith Haring, titulado Tuttomondo, una de las obras más importantes de este género en todo el planeta.
La historia del mural cuenta que Haring encontró a un estudiante pisano en Nueva York, Piergiorgio Castellani, quien le invitó a pasar una temporada en la ciudad Toscana. El estadounidense aceptó y al poco tiempo de estar en Pisa se le ocurrió la idea de crear un mural. Pero ¿dónde? El único lugar disponible era una pared externa de la iglesia de Sant’Antonio Abate, un edificio fundado en el año 1341 y que había sido parcialmente destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Una pared con unos ciento ochenta metros cuadrados de superficie, diez de alto por dieciocho de largo. Un muro externo del área norte del convento de la iglesia. Casi un cuadrado perfecto. Un lienzo blanco para Haring.
El artista llegó a un acuerdo con el municipio y el alcalde de la época, Giacomino Granchi, además del párroco del convento. Todo estaba listo para que el estadounidense diseñara la obra, una pieza de arte que, junto a la iglesia del siglo XIV —una parte de la historia de Pisa—, se convertiría en historia de la ciudad, las dos fundidas en un largo beso, mezcladas entre los tiempos del bajo medioevo y la década de los ochenta del siglo pasado, juntas en el mismo punto; un beso entre una iglesia y un homosexual que moriría por complicaciones relacionadas con el VIH poco tiempo después de pintar la obra que lo dejaría para siempre relacionado con Italia y la Toscana.
Los tiempos se unen en este rincón de Pisa, en esa pared antes desnuda, para comunicar el silencio grito que Haring legó a la ciudad poco antes de desparecer: treinta figuras de colores llamativos que hablan de la paz, la guerra, la vida, la tecnología que trastorna la existencia, la amenaza nuclear, la obesidad, el bien y el mal. El mural, en pocas palabras, simboliza la búsqueda de paz y armonía en el mundo. En el centro de todo puede verse la croce pisana, la cruz pisana.
Haring, que usualmente diseñaba sus obras en un sólo día, dedicó cerca de una semana en el mural. Se hospedaba en un hotel frente a la pared de la iglesia. Por eso, según él mismo contó, aquel muro era lo último que veía antes de irse a la cama y lo primero en ver al despertarse. La respuesta de la ciudad para el estadounidense fue increíble. Siempre encontraba a personas interesadas en el mural, algunas, declaró Haring, lo observaban incluso a las cuatro de la mañana, personas solitarias, silenciosas, en aquella lejana noche de junio de finales de la década de los ochenta, bajo un cielo estrellado abierto a todos los misterios, el mismo cielo al que se asomó Galileo Galilei cuatro siglos antes.
Haring primero diseñó el contorno de las figuras en negro. Luego eligió los colores y con la ayuda de algunos estudiantes y artesanos de la compañía Caparol Center de Vicopisano —quienes además donaron los toneles de pintura utilizados— pintó la obra. Hoy podemos ver el proceso de elaboración del mural gracias a la producción audiovisual L’Arte in diretta, de Andrea Soldani.
Haring no acostumbraba titular sus obras, mucho menos una de arte urbano, las cuales consideraba destinadas a desparecer en el tiempo, quizás destruidas por el crecimiento antropófago de las ciudades que para expandirse y evolucionar deben comerse a sí mismas, digerirse, solo para más tarde entregarse de nuevo, de una forma más fría, más funcional, más vacía. Pero la respuesta de la ciudad fue tan apasionada e interesante para Haring que cuando le preguntaron por el título respondió: “¿Título? Es una pregunta difícil, nunca doy un título a nada. Tampoco este cuadro tiene uno, pero si tuviera sería algo así como…”, el artista hizo una pausa y luego, en italiano, lanzó: “¡Tuttomondo!”.
Haring se empeñó mucho en esta obra, mucho más de lo usual. Quizás pensó que esta pintura estaba destinada a ser permanente; al menos todo lo permanente que puede ser un largo beso entre dos formas de entender el mundo y entre dos tiempos que se confunden; quizás hasta que lleguen las nuevas bombas de la destrucción humana; quizás un poco más, hasta que el tiempo se canse poco a poco del tiempo y el resto sea el vacío al que una vez se asomó Galilei. Sea como sea, este mural abrió las puertas, al menos simbólicamente, a lo que hoy es una realidad parar tantos artistas: el museo de street art más grande de Italia.
“Pisa es increíble. No sé por dónde empezar. Ahora me doy cuenta de que este es uno de los proyectos más importantes que he realizado”, declaró Haring en el lejano verano de 1989.
El camino de los murales
A partir de la pintura de Haring, en la céntrica iglesia de Sant’Antonio Abate, a pocas cuadras de Pisa Centrale —la estación de trenes—, inicia el camino entre los murales. El museo a cielo abierto de Pisa empieza a surgir entre las calles, como hálitos de color cálido, unos más altos que otros, todos distintos.
Entre los artistas que participaron en las veinticinco obras están Ozmo, Zed1, Etnik, Fra32, Aris, Moneyless, Tellas, Alberonero, Beast, Rusto, AEC Interesni Kazki e IMOs.
El museo a cielo abierto hoy es una realidad gracias a la asociación Start Attitude y a su fundador Gian Guido Grassi —quien además es el curador del espacio—. Pero también es importante mencionar la participación y contribución del Consejo Regional de Toscana, el Municipio de Pisa, la Fundación Pisa, además de la colaboración de la Provincia de Pisa y la Fundación Palazzo Blu Pisa. Es gracias a estas personas e instituciones que hoy la Toscana cuenta con estos cuatro mil metros cuadrados dedicados al street art.
Las calles se dividen entre aristas de tiempos lejanos. Las arquitecturas se mezclan. El renacimiento, el medioevo, el siglo XVIII y XIX, todos están presentes, el vidrio y el concreto moderno, el plástico de los contenedores de basura, algunos cipreses y pinos marinos. Todo se mezcla y los muros abigarrados parecen extraer un poco de todo eso para lanzar su declaración estética en el laberinto de una tranquila ciudad de la Toscana.
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