En el sur de la Toscana predomina la autenticidad de la naturaleza. Nos encontramos más concretamente en Val di Chiana, en la frontera con Umbría y Lacio, punto de convergencia entre tres territorios italianos ricos en historia y tradición. Aquí se encuentra el pueblo de San Casciano dei Bagni, sede del Castillo de Fighine. Este lugar representa la parte más tranquila de la región y la menos afectada por el turismo excesivo, un fenómeno que ahora también se observa en las grandes ciudades toscanas. Evidentemente, para no ser malinterpretados, los turistas acuden a este lugar mágico entre la Val d’Orcia y la Val di Chiana, pero lo hacen quizás con más respeto, atraídos sin duda por los encantadores paisajes y los baños termales, de los que se puede disfrutar incluso en invierno.
Al pasear por la ingeniosa maraña de callejuelas, se pueden observar los restos de las murallas de la ciudad, pertenecientes a las encantadoras aldeas que componen San Casciano, como es el caso de Fighine. Se trata de un lugar casi completamente deshabitado hasta hace unos años, cuando sufrió una importante restauración gracias a la previsión de la familia Ulfane, de origen sudafricano, que se convirtió en propietaria de todo el caserío.
Castello di Fighine
La familia Ulfane restauró el castillo, el teatro y la aldea para devolverles su encanto original. En la aldea hay cinco villas y dos pisos, amueblados por diseñadores de primera línea, como David Mlinaric y Hugh Henry, con capacidad para 34 huéspedes. Pero la joya de la corona es el restaurante Castello di Fighine. Fine dining, que por undécimo año cuenta con el asesoramiento del chef Heinz Beck y, desde hace tres años, con el liderazgo del chef ejecutivo Francesco Nunziata. La promoción del 87, originaria de Nola (Nápoles), lleva casi quince años creciendo bajo la batuta del chef tricantino alemán (juntos en La Pergola a Attimi de Heinz Beck tanto en Roma como en Milán y finalmente en el Café Le Paillotes). Junto a Francesco, director del Castello di Fighine, está la directora del restaurante y sumiller Marta Baldelli, también su compañera de vida.
El restaurante ofrece dos itinerarios de degustación: uno de cinco platos por 125 euros (más 65 euros de maridaje) y otro de siete platos por 145 euros (más 80 euros con cinco copas de vino). Ambos incluyen platos de la carta y, ocasionalmente, platos de temporada fuera de carta. Un aspecto especialmente apreciable del restaurante con estrella es la variedad de cartas disponibles. Además de las ya habituales de café, té y tisanas, hay una de agua y otra de sal. En este último caso, se puede elegir entre blanco Cervia, rosa australiano, ahumado danés, azul persa, negro chipriota o verde hawaiano. Uno de los elementos más importantes a destacar de la propuesta gastronómica está vinculado a la huerta de la villa.
De hecho, este proveedor proporciona hierbas aromáticas y verduras que el chef utiliza en su cocina. Todo ello se combina con prácticas virtuosas para reducir el desperdicio de alimentos. La cocina se basa, pues, en una filosofía precisa: todo se crea a partir de materias primas elegidas con cuidado y sencillez. La máxima expresión de este concepto se encuentra en uno de los platos emblemáticos del chef: tortelli rellenos de genovese con chirivía, perlas de vinagre balsámico de Módena y un caldo de Parmigiano Reggiano de 30 meses. En este plato, el relleno es la referencia a los orígenes del chef, así como el trabajo y la investigación que ha realizado para encontrar el equilibrio en el plato.
Tras una agradable cena en uno de los restaurantes con estrella Michelin más interesantes de la zona, merece la pena no escaparse, sino regalarse una estancia prolongada. De hecho, alojarse en medio de esta pequeña joya del centro de Italia también permite redescubrir tantos territorios que serpentean entre tres regiones, en muchos sentidos, representativas de un italianismo ligado a la historia y a la Edad Media. Estando en la Toscana, por qué no ir a disfrutar de unos baños en las aguas termales de las también famosas localidades de San Quirico d’Orcia, Bagno Vignoni y Bagni San Filippo.
O por qué no disfrutar de una buena copa de vino en Montalcino (cuna del Brunello, por supuesto) o en Montepulciano (conocido por su Nobile). Si, por el contrario, decide adentrarse en el Lacio, tampoco faltan destinos con un ambiente muy sugerente, como Civita di Bagnoregio o el lago de Bolsena. Por último, la proximidad a Umbría también permite hacer una visita a Città della Pieve. O, avanzando unas decenas de kilómetros, llegamos a otro lago, el Trasimeno. A orillas del cual se levantan pueblos que nada tienen que envidiar a los de la Toscana, como Castiglione del Lago y Passignano sul Trasimeno. Aquí es imposible no dar un agradable paseo a orillas del lago.